sábado, 30 de agosto de 2008
Artículos de prensa
Artículo publicado por: La Voz De Galicia el 04/11/2005.
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Víctor soliño, autor de tangos como «garufa», o manuel dopazo, gaiteiro emigrado en buenos aires que llegó a actuar ante el papa, fueron algunos de los grandes artistas gallegos del nuevo continente.
Un viaje de ida y vuelta. Así se podrían describir las relaciones musicales que han mantenido Galicia y América durante los últimos trescientos años. Desde los maestros de capilla gallegos que, ya en el siglo XVIII, se aposentan en los órganos y los coros de las catedrales del nuevo mundo hasta el bum de la música folk con referencias galaicas que se está produciendo ahora mismo en Argentina, los músicos gallegos han dejado numerosas huellas sonoras en los países americanos. En la lista de esos artistas exiliados o emigrados aparecen nombres de creadores como Víctor Soliño (Baiona, 1897, Montevideo, 1983), autor de la letra de tangos famosísimos como Garufa; directores tan respetados como Xosé Castro «Chané» (Santiago, 1856, La Habana, 1927) que triunfó en toda España y países como Francia con la coral El Eco de A Coruña y, posteriormente, se trasladó a Cuba, donde musicalizó poemas de Curros Enríquez que han quedado como clásicos de la música del país; o gaiteiros como Manuel Dopazo (Silleda, 1882, Buenos Aires, 1952), que durante cincuenta años de actividad traspasó las fronteras de la comunidad gallega en Argentina y se convirtió en uno de los músicos más famosos del estado, invitado incluso a actuar en eventos como la visita del Papa Pío XII a la Argentina.
El nuevo disco de Luar na Lubre, titulado Saudade y dedicado a la música gallega de América, y la labor del sello discográfico Ouvirmos, que ha recuperado y editado la obra de artistas que lograron la fama en las américas como el propio Dopazo, Los Monfortinos o el violinista Manuel Quiroga, sirven de guías en este pequeño repaso a relación sonora de Galicia y América. Ramón Pinheiro, musicólogo y director artístico de Ouvirmos, y Bieito Romero, componente de Luar na Lubre, nos sirven de enciclopedias humanas a la hora de cruzar el charco detrás de los artistas gallegos que triunfaron en América. Sus datos se suman la documentación de investigadores como el argentino Norberto Pablo Cirio, que ha profundizado con varios ensayos en las actividades artísticas de la comunidad gallega de Argentina.
CHANÉ, EL PRECURSOR
Tras las huellas que dejaron en los archivos de las catedrales las composiciones barrocas de los músicos religiosos que cruzaron el Atlántico desde Galicia en el siglo XVIII, las primera gran referencia sonora de Galicia se produce en 1893, cuando el ya prestigioso Chané emigra a Cuba enfadado por la supresión de una cátedra que ocupaba en A Coruña. Allí, Xosé Castro dirige el orfeón Ecos de Galicia, por cuyas actuaciones los periódicos habaneros comienzan a dirigirse al director gallego como «batuta prodigiosa» «gusto exquisito» y «oído sutil». Ya en labores de creación, Chané dejó un legado ya clásico en la historia de la música del país al poner en una partitura poemas de otro emigrado en La Habana como Curros Enríquez. Lúa de Cangas, A foliada o Unha noite na eira do trigo fueron algunas de sus canciones más conocidas.
EL VIAJE DE FEIJOO
Uno de los hitos fundamentales en la música gallega de América se produjo cuando el pontevedrés Perfecto Feijoo y su Coro Aires da Terra, pioneros en su época a la hora de tocar música tradicional e interpretes del primer disco grabado en la historia de Galicia en 1904, cruzaron el Atlántico en 1914 para realizar una gira por Argentina. Tras el gran éxito de la banda y la visitas a América de otras agrupaciones como el Real Coro Toxos e Froles de Ferrol o Cantigas da Terra de A Coruña, los músicos de la comunidad gallega en el país sudamericano comenzaron a formar también coros con el objetivo de interpretar la música tradicional de su país de origen.
Como el musicólogo Ramón Pinheiro señala, «a música e a gastronomía son os dous elementos máis importantes que os emigrantes levaron consigo». Así, Argentina y Cuba vieron como una gran cantidad de agrupaciones musicales de Galicia poblaban sus teatros durante los primeros treinta años del siglo XX.
GAITEIROS DE AMÉRICA
Además de bandas y grupos, una de las señas más importantes de la indentidad musical ha sido siempre el gaiteiro, ya sea en solitario, en formaciones de cuarteto, o, sobre todo en América, acompañados de otros instrumentos como el clarinete. Cientos de gaiteiros atravesaron el charco, y algunos se convirtieron en grandes figuras del espectáculo en lugares como Argentina. Manuel Dopazo es el ejemplo perfecto de esa aseveración. Amigo de Castelao, que le dedicó versos como «Dopazo, o día que volvamos á Galiza / Iremos os dous diante de centos de gaiteiros / tocando a nosa gaita por todos os pobos da nosa Terra», Dopazo era presentado en sus interminables giras por el nuevo continente y en los anuncios de sus actuaciones como «el más grande gaitero de América». El investigador argentino Norberto Pablo Cirio ha documentado la fama de un Dopazo que llegó a incluir su música como banda sonora de las películas Cándida (Luis Bayón, 1939) o La calle junto a la luna (Román Viñoly, 1951), donde aparecía el actor español Narciso Ibáñez Menta. Varios discos editados y funciones ante las más importantes personalidades argentinas de la época, como el presidente de la República Hipólito Irigoyen, son algunos datos que revelan su éxito artístico.
Interesante y hasta ahora desconocida es la trayectoria de Antonio Mosquera, un gaiteiro de Sada emigrado en Nueva York a quien Bieito Romero conoció antes de su muerte ya retornado a Galicia. Mosquera llegó a editar dos discos en la Gran Manzana: Juerga Gallega y Parranda Gallega. Fue asiduo participante en conciertos junto a músicos de las numerosas comunidades de irlandeses y escoceses de la ciudad, por lo que llegó a actuar en un acto ante el presidente de Kennedy y en festivales conjuntos en salas neoyorquinas tan emblemáticas como el Carneggie Hall. Romero todavía recuerda como un Mosquera afectado por una grave enfermedad de la garganta ofreció un concierto en el pub coruñés A Cova Folk ayudado por un compresor de aire que sustituía a su maltrecha garganta a la hora de soplar por la gaita.
DE GIRA POR AMÉRICA
Además de otros gaiteiros que ganaron su fama en América como Sixto de Santiago, Sierra, Xosé Muras o la banda Os Monfortinos, la comunidad musical americana seguía las novedades sonoras de Galicia a través de la publicación en revistas de partituras, correspondencia con los principales directores del país e incluso la compra de discos. No hay que olvidar que una Argentina fuerte económicamente fue, durante la primera mitad del siglo XX, la principal compradora de productos culturales de Galicia. El Coro Aires da Terra, por ejemplo, ya grabó el primer disco de la historia de Galicia en A Coruña en 1904 con vistas a venderlo entre los emigrantes. Esta bonanza monetaria producía que los mejores músicos gallegos de la época realizaran viajes hasta el nuevo continente, donde eran tratados como las estrellas del pop actual. Así, el grupo Os Montes de Viveiro ya montó en un barco hacia Cuba en 1908, a donde sus componentes llegaron dos días antes de que falleciese Curros Enríquez, lo que provocó que los miembros de la banda fuesen xlos encargados de transportar el ataud del poeta durante el entierro ataviados con los trajes tradicionales que utilizaban para las actuaciones.
También en 1908, Juan Míguez, conocido como el gaiteiro de Ventosela (1847-1912) y responsable de algunas de las principales innovaciones que se han producido en la forma de tocar la gaita, arrasa en el teatro Victoria de Buenos Aires. Más adelante (1928), los famosos gaiteiros de Soutelo también visitan Argentina, Uruguay y Brasil, y los ourensanos del Coro de Ruada encabezan en 1931 una numerosa embajada gallega a Argentina, un desplazamiento para el que el coro transportaba incluso un lujoso traje tradicional para regalar a la hija del presidente de la República Argentina, Elena Uriburu. En la comitiva se integraron también, según documenta Ramón Pinheiro, el periodista del emblemático diario La Zarpa Salvador García Bodaño, el artista y escenógrafo Camilo Díaz Baliño (que expuso su obra plástica durante el viaje), además de dos gaiteiros, dos percusionistas, veintisiete voces, seis actores y dos apuntadores. Río de Janeiro y Buenos Aires fueron testigos de este despliegue artístico gallego, al que el periódico argentino La Nación alabó como «una valiosa prueba de las tendencias modernas que aspiran a que la dramatización y la escenificación (...) adquieran el vuelo sugerente en la atmosfera propicia».
LA MOTOWN GALLEGA
La música gallega en Argentina no sólo tuvo grandes artistas. Los resultados económicos que producían unas actividades culturales con éxito provocaron que en países como Argentina apareciesen promotores y empresarios discográficos, un fenómeno que en Galicia era anecdótico y prácticamente limitado a aventuras esporádicas como la del fotógrafo coruñés Pedro Ferrer, que ideó y financió la grabación del primer disco gallego en 1904.
Dentro de ese tejido de empresarios discográficos gallego-americanos destacó la empresa Hermifono, que luego tendría una subsidiaria cinematográfica llamada Hermifilms, que también produciría en los 50 y 60 películas de temática galaica como Alma Gallega o Galicia al día. Creada por Armando Hermida, gallego de Ribadavia que emigró en 1929, y Gatell, catalán, la sociedad editó un gran número de gravaciones de música gallega con el epígrafe del sello Discos Celta. Además de discos como los realizados por Os Monfortinos, Hermida montó un grupo estable contratado (al estilo de lo que hizo Berry Gordy en la estadounidense Motown años más tarde) que grababa bajo nombres supuestos de diferentes bandas (Los Orensanos, por ejemplo) discos de música gallega.
VENEZUELA, CACHAFEIRO Y FORMOSO
Ya en los años 50, el compositor y gaiteiro Castor Cachafeiro (Soutelo de Montes, 1906. Fue hermano del famoso Avelino y componente de los famosos gaiteiros de Soutelo de Montes) se convertiría en el gran adalid de la música gallega en Venezuela a través de la Irmandade Galega de Caracas tras su llegada al país en 1952. Sólo las anécdotas de la personalidad del extraordinario músico que era Cachafeiro servirían para hacer una sabrosa biografía que en anécdotas podría igualar a la de algunas de las más extravagantes estrellas del rock. Sólo un par de datos. Fumaba más de dos paquetes de cigarrillos al día y la leyenda afirma que sólo comía cerdo a pesar de las frecuentes amenazas de los médicos: cocido al mediodía y chuletas por la noche.
Uno de los que recogería el testigo de la música gallega en Venezuela sería Xulio Formoso (Vigo, 1949), que, con la colaboración de intelectuales exiliados en Venezuela como el poeta Celso Emilio Ferreiro, edita un disco en Caracas de canción gallega en 1970 bajo el título de Galicia canta. El trabajo discográfico se convirtió en uno de los hitos de la cultura del exilio debido a que mientras Formoso ocupaba una cara del vinilo, en la otra se podían escuchar canciones del colectivo de cantautores Voces Ceibes. Ahí estaban los temas de Xavier del Valle, Benedicto, Xerardo Moscoso, Miro Casabella o Guillermo y Xoan Rubia.
EL TRIDENTE CLÁSICO
Además de artistas unidos al campo sonoro tradicional, Galicia también exportó genios que triunfaron en el campo de la música clásica y contemporánea. El lucense Jesús Bal y Gay (Lugo, 1905) fue un ejemplo de compromiso con los sonidos del país como miembro del Seminario de Estudos Galegos y autor del monumental Cancionero gallego, una obra que recoge unas 1.300 melodías, y que ha sido fundamental en la etnomusicología de Galicia y aprovechada por todos los músicos folk de la actualidad. La trayectoria de Bal y Gay fue interrumpida por la Guerra Civil, que le sorprendió en la universidad de Cambridge como lector de español, y que le obligó a exiliarse en México. Desde América se convirtió en un estudioso fundamental de la música mexicana y universal.
El prodigioso violinista y compositor Andrés Gaos (A Coruña, 1874) es otra de las figuras de talla mundial que desde Buenos Aires, y a pesar del olvido que durante decenios sufrió en su tierra, ha dejado una obra absolutamente imprescindible para comprender la historia de la música gallega.
El tercer miembro de ese gran tridente de la música sería otro gran olvidado de la música gallega como fue el violinista Manuel Quiroga (Pontevedra, 1892). Niño prodigio del violín, Quiroga actuó por todo el mundo, pero en EE. UU. logró un reconocimiento que le llevó a ofrecer conciertos multitudinarios. Sirva como ejemplo que en la actuación de presentación de su primera gira norteamericana en 1914 ya tocó ante 5.000 personas en el hipódromo de Nueva York. La fama del pontevedrés provocó que los empresarios estadounidenses no dudaran en fabricar merchandising (corbatas, encendedores, cigarros...) con la efigie y el nombre de Manuel Quiroga.
EL GAITEIRO DE TEXAS
La presencia musical gallega en América también ha dejado mitos y leyendas. Uno de los más difundidos fue el que habla del Gaiteiro de Texas, y que atribuye a esta figura un par de grabaciones country (concretamente Oh Susana y Two Faces Heart), donde se puede escuchar una gaita solista junto a un acompañamiento clásico de la música country norteamericana. La leyenda se extendió hasta el punto de atribuir a un gaiteiro llamado Domingo Ferreiro la historia de ese hipotético músico gallego que habría triunfado en las praderas estadounidenses con su gaita. El musicólogo Ramón Pinheiro señala que toda esa leyenda se formó a partir de un poema, cuyo autor está todavía sin identificar, y que cuenta la historia de un exiliado debido a la guerra civil. Pinheiro explica también que, muy posiblemente, la existencia de la mítica figura se creo en el imaginario popular a partir de ese texto, del que se han realizado varias versiones musicales.
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